miércoles, 14 de noviembre de 2018

Roma. Veinte años y veintidós kilómetros.

Hoy charlaba con un viejo amigo, entre muchas otras cosas, que lamentaba que mi tiempo en Roma haya sido tan corto. Sobre todo, tan corto después de haberte conocido. Le decía, que si esto hubiese ocurrido hace veinte años, serías el “perfect match of my live” Le conté de nuestra alegre conversación en Delirium y de nuestro pequeño festín en el Luppolo Station. Sobre todo tuyo. Las costillas digo. Desafortunadamente me encontraste sin tiempo y sin mucho dinero. Lo uno ligado a lo otro. En aquella tertulia, lejos de ese par que me acompañaban, sentados en la no tan fría noche de Trastevere, lo que más me preocupaba era lo cómodo que me iba sintiendo a tu lado, y lo pronto que tenía que agarrar ese avión a Estambul. Ese puto avión.  No tenía opciones de perderlo, porque no hubiese tenido forma de pagar la penalidad por un inesperado cambio de fechas. Tiempo y dinero. Tentado estaba. Bastante. Era consciente de que aquel día había caminado mucho. Había salido muy temprano con ese par de idiotas desde el hostal para verificar si a la mañana siguiente dispondría del servicio de trenes del Termini a Fumiccino. Anunciaban una huelga que empezaba, en ese mismo momento en el que tan plácidamente charlábamos tu y yo de nuestras aficiones y vidas en las afueras de aquel restaurante. Medianoche del 26 de Octubre. Días después -lo he verificado- ya sabes esas aplicaciones de salud que traen los móviles y que te dicen cuanto has caminado cada día. Veintidós  kilómetros.  Veintidós kilómetros para encontrarte. El mismo aparato, el móvil, consultado por el paisano mío que nos acompañó en la velada, calculaba una caminata de vuelta de algo más de dos horas hasta el hostal. Nervioso. Sí, así estaba. Quería tanto quedarme, pero las estadísticas me convencían de lo contrario. Eran cerca de las dos de la madrugada y ese avión se iba a las seis. Ni tus sabias recomendaciones de cómo eludir el pago en el transporte público romano a altas horas de la noche disipaban mis enredos mentales. Aquella misma mañana, muy rápido habíamos resuelto que en efecto el tren seguiría ofreciendo sus servicios, pese a la huelga, y que además si quería podría ir en bus. Era más barato. Me fui en bus. Seis euros. Después anduvimos sin rumbo en el que a sabiendas era el último de mis días en Roma, y no todos los días se está en Roma. Bebimos mucho, caminamos mucho buscando birra barata, supermercados y este tipo de establecimientos. Confirmamos que era legal beber alcohol  en Roma en la vía Pública, siempre y cuando no haya fútbol. Ese día no había Calcio. Alguna breve historia de fanáticos romanos y rusos surgió del asunto a propósito de un reciente juego de Champions que uno de mis acompañantes presenció, pero nada hacía presagiar que nuestra llegada a Delirium traería tan grata recompensa. Nos enredamos rápidamente. En la charla digo. Tu y yo sobretodo. Y sí un poco los otros dos. Casi nada. Desearía que todas las bartenders del mundo sean así de amables, así de amigables y así de bellas. Prego per questo! Supiste que era un músico frustrado y hasta me animé a mostrarte algunos videos de mis desaciertos musicales. Fuiste gentil y dijiste que te gustaban. Comprobé tu buen gusto por la música, y critiqué un poco el de tu compañero del otro salón. Ya ni recuerdo que tocaba. Pero sí, critiqué su obsesión  Tú pusiste algo de Stoogies. La pasé bien. Me hablaste de tu incursión con la percusión, de tus amigos multi-orquesta y sus presentaciones. Cuando hubo acabado tu turno en el bar y nosotros ya habíamos gastado más de lo que deberíamos en cervezas de todo sabor y calibre cuyo propósito fidedigno era extender nuestra charla, no me pareció que fuera el fin de nuestra noche. Sin embargo te dije adiós y me fui. Nos fuimos. Los dos personajes que me acompañaron todo el día, cuyos nombres no recuerdo más, andaban curiosos buscando un café de aquellos. De los que sirven canabis. Sobre todo el argentino. Que tipo ese. Encontramos uno con fake-marihuana (marihuana sin THC!... por favor!) Mostré mi enfado y desagrado ante esa muestra de mal gusto. Caminamos algunas cuadras más y les convencí de que tú tendrías la respuesta. Volvimos y tuvimos la suerte de encontrarte de salida, ya sin las ropas que llevabas detrás de la barra, imagino vestida más a tu gusto, e inmediatamente te abordamos al respecto. Sobre la marihuana digo. No me equivoqué. No sólo sabías cómo conseguirla sino que la cultivabas. Nos lo hiciste saber y prometiste llevarla. Luppolo Station – Via Parini 4 (Aún lo tengo anotado en mis notas ) a las nueve de la noche. Eran como las cinco. Te creí. Ellos no. Anduvimos bastante más, bebimos algo más y compramos de comer algo que pudimos costear. Mal gastamos 25 euros en marihuana de mala calidad que nos vendió un africano, tras la insoportable insistencia del rioplatense que me acompañaba. Ya lo he dicho, no recuerdo más su nombre. Fumamos. Ante mi persistente insistencia y convencido de tu concurrencia a nuestra cita seguimos tus instrucciones y así llegamos después de mucho caminar algo después de lo pactado. Nueve y quince quizás. Nos daba pena entrar, el lugar tenía cierta sofisticación y nuestro presupuesto estaba realmente limitado. Pero entramos. Alguno de los de dentro evidentemente nos reconoció como amigos tuyos, una chica creo recordar, que me dijo “Alessandra está al final de la barra”. Y ahí estabas. Bella. Sonriente. Nos sentamos en una mesa aledaña, quedaban pocas pero la conseguiste,  bebimos algunas birras más, te acompañamos en tu exquisita cena y por momentos me sentí incómodo. Ya sabes esa incomodidad que se siente en el pecho. Vibraciones. No es una incomodidad manifiesta, es una sensación de inseguridad. No se de donde venía pero estaba. Nuestra conversación no era tan fluida como en el bar. Me sentía torpe. Me diste el paquete con la marihuana. Te agradecí. Charlamos algo más y, tenía que ser, se te ocurrió salir por una pitada. “El desengrase”, así le llamamos en Perú. (proceso mediante el cual el proceso de digestión es estimulado con la presencia de THC en el organismo) Enrollaste con maestría y fumamos. Mandamos de vuelta dentro del restaurante a ese par que estaban de más. Y fumamos más. Sonreímos y charlamos. Charlamos como no he charlado con alguien en años. Me sentí cómodo. Contento.  La magia de esa charla, el sonido melodioso de tu voz con esa lírica innata propia de los italianos y su gestualidad, la profundidad de tus ojos y esa insondable sonrisa han calado hondo. Te llevo conmigo. Tu manera de burlarte de la dicción de los de los italianos del norte (la tua nona), “papapapa”…. Sublime. Tus explicaciones para justificarte -en mis intentos de devolverte la marihuana que tan gentilmente nos habías traído y que ha sabiendas  dejaría en manos de dos malagradecidos que no sabrían que hacer verdaderamente con ella y que apostaban a que no aparecerías de vuelta antes de reencontrarnos- Algo así como, “es que fumo mucho, demasiado. Por eso tengo demás. Quédatela”... Ya te digo, veinte años atrás, el perfect match of my live. De hecho tuve montada una búsqueda. No la encontré. Te encontré veinte años más tarde en una bella tarde romana de un veinticinco de Octubre. No se si nos cruzaremos de vuelta. He de confesar que fumo bastante menos que hace veinte años, casi nada, pero la vida me ha probado ser sorprendente. He leído de casos, ficciones. “El amor en los tiempos del cólera” y ese tipo de historias. Anhelo algunos días más contigo, con algo más de dinero, algo más de tiempo y un tanto menos de preocupaciones. Con un buen tambor y tus ritmos, y la melancólica compañía de mi guitarra.  Algunos porros y mucha felicidad. Salud Alessandra. Por lo que no fue y quizá sea.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

los neohipies (parte 3)

El Sábado Hongo fue el primer gran proyecto artístico en el que estuve inmerso. Aunque no participé directamente en el aspecto creativo del evento fui el principal productor aportando el capital necesario para llevar a cabo la instalación: unos mil quinientos dólares. El otro productor y principal promotor creativo fue evidentemente el Ñaño. Queríamos utilizar el formato “casa ocupa” que él había vivenciado dentro de la movida rave de Londres en el cual los realizadores invaden una casa deshabitada de manera ilegal armando la fiesta en medio de una instalación improvisada, entre sustancias igualmente ilegales que le otorgan una sensación adicional que el riesgo aporta cuando se desafía tan descaradamente el sistema. Evidentemente teníamos que amoldar el formato a las posibilidades que nuestra Lima nos ofrecía. Nos reunimos reiteradas oportunidades en noches interminables, entre suculentos cócteles degenerativos que veían desfilar cervezas, vodkas, tiros y mucha marihuana. Puedo recordar vívidamente el iluso trasnochar de esos días, las prolongadas tertulias entre toda aquella gente loca con muchas ganas de sacar la propuesta adelante sin ningún interés material de por medio y fue así como fuimos moldeando la idea de tal modo que más gente se iba involucrado, extendiéndose el círculo más allá de quienes frecuentaban la Casa Club incluyendo a gentes de muchos círculos medio intelectualoides y artísticos. Fue de aquellas sucesivas sesiones de las que apareció como alternativa una vieja casona ubicado en el emblemático Barranco, en las intercepciones de Grau y Nicolás de Piérola que pertenecía a un conocido del viejo Artie. Cuando visitamos el sitio cualquier duda que cuestionase la probabilidad de que aquella casa fuese la indicada se desvaneció. Esa casa fue concebida para albergar el Sábado Hongo. De todos los colaboradores que participaron en la fase de organización sólo Mañuco, el nieto de los dueños de local, residente y representante de una familia de respetable abolengo –un loco de mierda más- cobró algún dinero por su participación: alquilarnos el espacio. Se sumaron a él en su afán mercantilista dos de los djs que utilizamos como el gancho comercial para imantar a los ravers de la vieja Lima a lo que sería y fue la instalación más alucinante que jamás se haya montado por estos lares.
Fueron aquellas noches de mucho maquinar; cada vez se involucraba más y más gente con ganas de entregar y disfrutar de una noche como pocas, de ser partícipe de una nueva propuesta alejada de intereses subordinados al sólo hecho de hacer dinero, porque había que hacerlo. Gente con ganas de expandir las nuevas formas hacia aquellos que normalmente no tenía oportunidades de vivenciar ello. Trabajamos duro en el diseño de los espacios y mucho en los medios de comunicar masivamente el evento. La careta sobre la que construíamos la instalación sería el cumpleaños del Ñaño, aquella era la coartada perfecta ante cualquier intento intervencionista. Incluso haciendo uso de las relaciones de alguno de los colaboradores contactamos al detestable alcalde del distrito, avocado en una reforma que estaba acabando con la encarnación del espíritu de la juventud bohemia de la ciudad jardín, de quien obtuvimos una informal autorización que después cobraría sentido a la luz del desenlace de aquella mágica noche. Contactamos a los proveedores y diseñamos el método de recuperar y multiplicar la inversión, con miras a nuestro proyecto final de bar. La entrada sería libre, sólo había que llevar un libro que sería donado a la biblioteca de una comunidad de un sector pobre de Lima, constituyendo este el aspecto social del proyecto, asegurándonos el retorno en la venta de cervezas, licores, energizantes, agua y… naturalmente hongos. Decidimos llamar al equipo que participó en la realización “Colectivo Casa Club” en honor de la matriz que parió las ideas.
El espacio era descomunal. La casona, de corte republicano mágico campestre, estaba circundada por un inmenso jardín que la separaba de un muro perimetral, con una puerta de dos cuerpos como cochera hacia la calle Centenario y un acceso peatonal principal sobre la esquina de Grau. Daba la impresión de que aquella casa estaba extraída de un cuento de esos con bosques encantados y criaturas míticas. Una imponente escalinata aparecía ante tus ojos al traspasar la puerta principal, antes de ella como en primer plano se situaba el gran salón en donde estaría la primera sala de la instalación. Allí decidimos poner lo convencional, luces vistosas y sonido de alta definición. Era el espacio comercial del tono. Aquí estuvo programada la sección house con Israel Vich y Christian Berger de inicio y con Rodrigo Lozano de cierre. En lo que originalmente era la cocina de la casa instalamos el bar, que daba acceso a un depósito en el cual apilamos las cien cajas de cerveza que estimamos venderíamos durante el evento y que compramos en consignación. De este mismo ambiente podías desplazarte hacia uno de los lados exteriores de la casa, en lo que constituía una pequeña tarima sobre el jardín sobre la que posamos el bar de los exteriores. Por la gran escalera podías acceder al segundo piso al que denominamos la zona de tránsito que comunicaba la primera instalación con la parte central: el ático. Esta zona de tránsito era un corredor que conectaba las escaleras del ático y las que venía del primer piso que después de doblar sobre sí misma desembocaba en el “salón rojo”, iluminado para la ocasión, y que era el espacio para relajarse en medio de toda la agitación de arriba y de abajo. Disponíamos de algunos sofás, sillones y cojines improvisados desparramados por todo el suelo.

jueves, 15 de noviembre de 2007

los neohipies (parte 2)

Cuando llegué a Ocharán traía la mochila cargada de sueños, con la ilusión de vivir mi vida y no la vida impuesta por las formas aceptadas e hipócritas. Quería echar a caminar esos proyectos habitualmente desterrados de la esfera real, encerrados en los límites de lo intangible. Quería tener mi bar, dedicarme a la música, conocer los secretos del blues y experimentar todas mis facetas silenciadas por una educación llena de restricciones, las del ojo paterno implacable y las divinas, por supuesto aprehendidas por la sistemática mecánica maternal de santificación: la señal de la cruz al levantarse, en los tres sitios por supuesto, frente, boca y corzón; la bendición de los alimentos, las misas obligatorias, la censura de toda escena comprometedora que atente contra “la moral”, porque hay una sola como no, en las películas de clasificación familiar que pasaban por la tele y los inolvidables baños de agua bendita helada, ¡cómo olvidar esa imagen de ella en el umbral de mi habitación con el frasco en mano que cientos de veces asocié a rituales chamánicos de purificación!, antes de quedar dormido. Religiosamente todos y cada uno de los días. Llegué con la resolución de ser yo, o de quien yo cría ser por aquel entonces, y con la determinación de enamorar a la única mujer sobre la que había puesto mis ojos, una chiquilla que apenas pasaba los veinte que conocí en Piura y por la cual inventé e improvisé una serie de torpes mecanismos de seducción, propios de un principiante de veinticinco, con cientos de complejos encima y a la que pese a todos los esfuerzos puestos en pos de la conquista, lo máximo que pude arrancarle fue un “no pasa nada Rolito” y una serie de consejos de cómo hay que ser un conchesumadre en esta clase de situaciones y no quedar en el level del estúpido buena gente, o eres de puta madre pero no… muy a mi pesar le vi coquetear y agarrar con otros y no pude comprender ¿cómo es que todo eso fue posible?
Inconcientemente, eso es lo que quiero creer pero muy concientemente en realidad, esta fue la situación que desencadenó una de las revoluciones más grandes emprendidas en mi vida, porque nuestras vidas, como toda gran historia, están marcadas por las revoluciones y por lo que de ellas resulta.
La relación de quienes ya vivían en la casona se encontraba en la parte descendente de la curva que marca la etapa decreciente de toda relación, cuando en medio de la convivencia se deja de proyectar las formas idealizadas y simplemente cada quien proyecta lo que es; los niveles de tolerancia estaban casi desaparecidos y del desenfreno hipie sesenteron de los inicios de la aventura, del cual supe por fotos y anécdotas, se introducían en la fase del anarquismo individual de finales de los sesentas e inicios de los setentas que acabara, nada menos, que con los beatles por ejemplo, y que alcanzara su máxima expresión en el tristemente célebre Altamont de Diciembre del sesentainueve en el que los Hell Angels arremetieron contra los remanentes de las legiones hipies dejando como saldo un muerto y algunos heridos durante una presentación de los Stones...guardando todas las debidas distancias...
Sin embargo disfruté de algunos flashes de aquella antigua forma de convivencia armónica, que tuvieron como máxima expresión el Sábado Hongo, nuestro primer gran proyecto en el cual enfocamos todo lo mejor de nosotros: nuestras utopías y el ideal básico de una convivencia que incluya a todos y que esté orientada a una causa noble que simbólicamente representamos en la recolección de libros para una biblioteca de un sector popular de Lima, y de paso una no tan noble: multiplicar el capital inicial con el que disponíamos para poner en marcha nuestro proyecto central: el bar.
Disfruté de fiestas en formatos imposibles de experimentar para un chico de provincia encerrado en sus mundos con techo de paja, vi tirar unos con otros, sexo por aquí, sexo por allá, me introduje en un mundo de juerga colectiva y conversé mucho, como jamás antes había conversado y de asuntos de lo más explorativos para esos mis mundos de entonces. Frecuentábamos el socialismo, la filosofía platónica, el buen cine, la fotografía, la antropología lo que definitivamente me hacía sentir por primera vez en mi vida en el sitio correcto y en el momento oportuno. Aprendí a apreciar el cine bien hecho y a aborrecer el hollywood barato, descubrí que no toda la música electrónica apesta, anduve con cartoncitos bañados en lsd y con bolsitas de hongos como quien anda con cajetillas de puchos y al mismo tiempo iba desempolvado complejos y limitaciones en último término autoimpuestas, y principalmente fui descubriendo la potencialidad infinita que nos sustenta aunque por aquel entonces de manera distraída y sobre todo, muy poco virtuosa.

martes, 6 de noviembre de 2007

los neohipies (parte 1)

Corría Septiembre del 2003 y una vez más me encontraba rehaciendo las líneas de una nueva vida. Estaba llegando a su fin uno de los roles que por aquel entonces deshacía entre sensaciones de frustración, decepción amorosa, profundo desengaño sobre mí y el mundo, y pérdida; pero que a la luz del tiempo extrañé de algún modo, como usualmente terminamos extrañando la seguridad de las rutinas. Pero más aún todo aquello que deja cada papel representado: el reparto…los amigos.
Me sumergía en una inercia que desde entonces ha marcado las pautas de mi vida: la incertidumbre del mañana. Liberarme de la sensación fantasiosa de que todo está “bajo control” no me ha sido, ni me es, fácil. Por el contrario me ha demandado el mayor de los esfuerzos que con el pasar del tiempo y de la inevitable experiencia, ha madurado una fresca espaciosidad que me hace ver las cosas con un carácter trémulo, descargado de la habitual tensión que tan inestable y dependiente me volvía de mis amigos, de mis fantasías (ella y mis bohemias vocaciones) y de los inevitables vicios de quien se siente vacío de ser en un país en el que las drogas están demasiado al alcance de la mano… y demasiado baratas… una verdadera bomba de tiempo con el reloj andando en regresiva muy cerca de la destrucción masiva. Todo un peligro. Aunque por aquel entonces estaba lejos (y tan cerca) de donde estoy ahora (en el mismo sitio sólo que más feliz y conmigo mismo) nada me quitará lo vivido, y me será imposible renunciar a ello. Es parte de mí.

Llegué a Lima al centro de lo que me pareció el reflorecer del hipismo mismo. Estaba cambiando mis rutinas de ejecutivo asalariado entre reuniones de indicadores, proyectos de reestructura, supervisiones de campo, coaching, feedback, marketshare, mershandaising y una serie de términos anglo empresariales por una nueva vida entre personas que creyendo en sí mismos hacían de sus vidas lo que se les antojara: traficantes, arqueólogos, artistas, fotógrafos, forestales, arquitectos… y por supuesto un indefinido yo. Me instalé en casa del Ñaño que compartía la concreción de sus estudios de arqueología con facetas intelectualoides, una banda punk-blues (era la primera guitarra), sus inicios como dj y que había retornado recién de un periplo europeo de un año con cede central en Londres en donde matizó sus estudios de inglés con sus habilidades narco comerciales que le financiaron la mayor parte de sus excursiones afro europeas que le llevaron desde el Cairo hasta Amsterdan, sin dejar de pasar por Barcelona y mucho menos Madrid o Berlín. ¡Qué dura vida! Todo ello había madurado en él la firme intención de imponer nuevas tendencias en Lima, con la creación de espacios inclusivos en donde todo aquel que quisiere pudiese disfrutar de un buen momento escuchando una mezcla, una banda, viendo buen cine, o leyendo, en un buen sitio, con buen ambiente y con gente de puta madre; y en mí una sensación de que mis sacrificios ejecutivos apestaban. Con él compartían la casa la China que por aquel entonces había finalizado su carrera de artes escénicas en la Católica y que estaba avocada a desarrollar sus destrezas como bailarina de danza contemporánea. Es menudita, simpática y súper directa, lo que le falta en busto le sobra en trasero. Exótica. Es con ella con quien entablé una relación mas profunda que nos llevó a compartir una casa en el futuro y un viaje, el más importante de cualquiera de los viajes que se pudieran emprender, que aún seguimos andando y que de seguro completaremos con el tiempo… y las vidas. ¿Quién sabe? También estaba la gordita que se desempeñaba como directora de arte de un estudio fotográfico y que había seguido una variedad interminable de carreras, desde cosmetología, peluquería e idiomas y que incluso hoy a sus 28 años la mantienen en aulas universitarias finalizando estudios de antropología. Sana envidia la mía. Cerraba el círculo de los habitantes de la “casa club”, nombre con el que bautizamos la residencia, el buen Artie, el ser más noble y bello, mariconada de lado, que jamás haya conocido a quien conocí años atrás durante mi permanencia en Cuzco compartiendo mis labores ejecutivas con incursiones furtivas como dj en el “blue planet” con el gran Paniagua y el comiquísimo “Che” Pablito, en medio de un super concierto de Charly García con la gran María en las cuerdas…y con Les Paul ; y que oficiaba de drug-dealer y bufón.

Las primeras semanas ocupé el cuarto del Ñaño, el mas grande de todos, lo que de algún modo le llegó a incomodar puesto que le forzó a una inusual abstinencia sexual ya que lo compartía conmigo hasta que finalmente Artie dejó la casa, lo que es parcialmente inexacto porque igualmente siguió frecuentándonos tanto que prácticamente seguía viviendo con nosotros, y yo me mudé al “chiquero”, nombre con el que bautizaron al espacio de Artie, podrán ustedes especular por qué y que fue rebautizado como el “hard rock” después de que volcara en el espacio mis talentos remodeladores y porque no artísticos. La casa era amarilla y espaciosa, situada en el corazón de Miraflores, en calle Ocharán, lo que nos exponía al intenso frío en aquellos largos, y a veces lúgubres, amaneceres por su cercanía con el mar. Delante de la fachada había un pequeño jardín antelado por un murito con una cerca de madera color rojo teja. Un caminito de piedras te conducía a la puerta central. Sobre la mano derecha encontrabas una puerta auxiliar que conectaba con un pasaje que desembocaba en el patio trasero y cuya cerradura nunca funcionó lo cual nos permitía utilizarla como ingreso de emergencia cada vez que olvidábamos la llave lo que ocurrió incontables veces. Ingresando por la puerta central dabas a un pequeño espacio desde el que surgía la escalera que conducía al segundo piso, estaba revestida en madera y que en alguna oportunidad recorrí de culo producto de un resbalón inesperado pero previsible, dadas las condiciones de mi estado de percepción, algo obtuso por decir lo menos. A la mano derecha había un perchero y un espejo el cual permitía verificar el aspecto de quienes entrábamos o salíamos de casa. Sobre la izquierda estaba el acceso a la sala principal. En ella había una mesa rectangular con superficie de madera y vidrio que diseñó Pablito, que por aquel entonces firteaba con la chinita, quien después se convirtió en su novia, y con el que compartiríamos la casa del jirón Piura. Circundándola estaban dispuestos dos sillones, y un gran sofá plagado de ácaros y todo el ecosistema que Artie compasivamente alimentaba, además de nuestras tres mascotas que no podrían faltar: Pepa, recatada staford con un pánico inexplicable hacia los parapentes, y un gusto exclusivo por el solomo y los tachos de basura callejeros, Luca, el inquieto dálmata con una fobia poco común: las tapas de los buzones y desagües que la china insistía en percibir como un bodisattva caleta; quienes nos trajeron temporalmente siete cachorros preciosos, de los cuales “siete” el último de los vástagos fue quien más tiempo convivió con nosotros y que lucía muy parecido a “Doyle” el “bullpit” de la Hora 25 hasta que Pedrito lo adoptó como suyo. Felpudini era nuestro galgo miniatura que asombraba por su agilidad, velocidad y destreza y por su inagotable voracidad por las galletitas de marihuana que ocasionalmente preparaba y que le ponían algo más hiperactivo de lo habitual hasta que le terminaban derribando en un estado semi inconciente. Detrás de uno de los sillones y en paralelo con la puerta principal estaba un ventanal que daba al jardín de la fachada cubierto por unas cortinas beige, algo viejas pero que envolvían con un toque elegancia el ambiente. Penetrando más en la casa, la sala se conectaba con el “party space”, con su bola de cristal giratoria, sus luces y todo. Sobre las paredes blancas de los lados se dejaban ver unas manchas negras de estilo dálmata que la china y Artie inmortalizaron en una de sus inspiraciones psicotrópicas. A la mano derecha se disponía una puerta vaivén que se conectaba con la cocina, que a su vez daba al corredor que conducía de la puerta falsa al jardín trasero. Terminado este espacio te topabas con una puerta corrediza de estilo japonés que permitía dividir este ambiente del ambiente del comedor en cuyo centro había una mesa redonda de madera, simple, sencilla, fea y desarmable; con dos o tres sillas y un par de banquitos. A la derecha teníamos un baño adicional que casi nunca utilizábamos. En el fondo cerrando la estructura central de la casa una mampara de vidrio que comunicaba el comedor con el patio trasero, enlocetado de blanco y negro, como un tablero de ajedrez, con un jardín frecuentemente pestilente, minado de mojones de perro. A un lado del jardín se podría apreciar una hilera de arbustos, destacando en medio de todos ellos un plantón de marihuana de unos dos metros de alto, cargado de moños frescos, que difícilmente llegaban a madurar por la impaciencia de sus adeptos. Finalmente la construcción terminaba con una pequeña lavandería, y escondido detrás del jardín y el tendedero mi lugar. El Hard Rock. Era una pequeña habitación que componía una estructura rectangular de tres cuerpos originalmente diseñada para el servicio. La habitación del extremo izquierdo se utilizó como depósito, en el medio había un baño inoperativo y a la derecha mi cuarto, de forma trapezoidal con no más de diez metros cuadrados de área que había abarrotado de cachivaches que traje del norte para lo que sería mi futuro proyecto el bar que construiríamos en sociedad con el Ñaño. Sobre el techo de esta pequeña estructura estaba el salón Luis XVI que le daba a la escena un aspecto surrealista. Estaba compuesto por un juego de sala antiquísimo que anduvo años, sino décadas, descuidado en un depósito de una de las hermanas de mi papá en Piura, a la intemperie bajo la inclemencia del mortal sol del norte y eventuales lluvias, que había rescatado con espíritu heroico para que se constituyera en elemento decorativo de mi proyecto. En el Luis XVI departí uno de los mas raros e intensos amaneceres que alguna vez vivencié con alguien, y vaya que si he vivenciado amaneceres intensos, entre inacabables tertulias, incontables cervezas, y el persistente susurro del vecindario entero amplificado por los excesos de la meta anfetamina. Subiendo por la escalera principal podías llegar al baño principal de la casa, sobre la mano izquierda estaba el cuarto del Ñaño que abarcaba el área dispuesta sobre los altos del party space y el comedor y que de igual modo estaba dividido en dos ambientes, usualmente indiferenciables e igualmente caóticos, con un acceso independiente al jardín trasero por una escalera de concreto. A continuación se disponía el cuarto de la china, con vista a la calle, oculta tras un paredo fungiendo de cortina; y sobre el espacio de ingreso a la casa. Finalmente frente a la puerta del baño estaba el cuarto de la gordita que igualmente dejaba ver la calle.
La casa era preciosa y desprendía una energía intensa que con el paso del tiempo terminó deteriorándose. En ella se compartieron ideales, tristezas y sueños y se forjaron amistades inquebrantables, se sembraron las semillas que hoy maduran frutos distintos, algunos virtuosos y otros no tanto, algunos profesionales y otros totalmente empíricos, pero que me permiten comprender e hilvanar situaciones y descubrir que nada, pero nada, es cuestión de suerte. Todo tiene su causa. Todo pasa por algo. Todo es cuestión de encontrar el adecuado por qué.

viernes, 2 de noviembre de 2007

NO AGUARDA

El mundo no espera por mí,
Sigue, avanza y no aguarda.
Le susurro suavemente al oído, me confieso...
Pero no escucha,
sigue, avanza y no aguarda.
Le digo que he vuelto a tropezar, que es otra vez
aquella piedra, !aquella maldita piedra!, pero ¡no!
Sigue, avanza y no aguarda.

Sigue avanza y no aguarda,
La miro a los ojos, le doy mi mejor sonrisa, monumental sonrisa...
pero de nada vale, se resigna en el baile, mantiene su compás;
sigue, avanza y no aguarda.

Trato de aferrarme a mi mismo, no puedo seguir el paso, no puedo marcar el ritmo,
no se quien soy ni de donde vengo y;
es que el mundo no es para mí. !No! no espera por mí.
Sigue, avanza y no aguarda.

Juego al poeta, juego al escritor,
arpegios mágicos de mi guitarra, vano oficio el mío.
Dale tiempo al tiempo cuando tiempo es lo que sobra y tiempo lo que falta
y le vuelvo a gritar: ¡Oye espera por mí!
pero él, necio, como siempre:
Sigue, avanza y no aguarda.

Me levanto otra vez, rasgadas mis rodillas, rota mi fe.
Quiero creer, creer otra vez...
pero ella no escucha y él, su incondicional amigo, tampoco.
Sigue, avanza y no aguarda.

Quien entienda la vida que me lo diga,
Quien mantenga el compás que me lo enseñe,
Desilusiones de hoy esperanzas del mañana, razones ocultas, motivos perdidos, esquivo destino, ¿quien soy? ¿a quien miro?, ¿a donde vamos?, ¿en donde estamos?
Si por ti el mundo espera, quisiera saber la magia, el arte, el truco.
¡No! no me lo digas, ya se,
Sigue, avanza y respira
que para eso se ha hecho la vida.
Huevón!!!

lunes, 29 de octubre de 2007

refugio

Estaba agazapado en mi ridículo refugio de sábanas frías y lúgubres frazadas. Había sentido ya sus pasos por el corredor, y empezaba a transpirar el humor que destila el miedo. Cerraba los ojos muy apretados, tratando de borrar las percepciones de lo que me circundaba sabiendo que aquello era imposible. Lo sabía, pero insistía en refugiarme tras los párpados, dentro de esa sensación de vacío, con el borde de la sábana interior cubriéndome los labios. Tan fría. Tan secos. Quería ocultar mi respiración, esconder los signos de mis temores a flor de piel, pero él se acercaba. Cada vez más cerca. Podía verle con los ojos cerrados. Seguramente tendría el rostro desencajado y aquel minúsculo hilo de babas que las comisuras de su boca dejaban escapar. Estaría tambaleándose de un lado a otro, sosteniéndose eventualmente de las paredes, y profiriendo inentendibles murmuraciones, enturbiadas por el pútrido olor de su aliento, añejado entre copas de trago barato y cigarrillos de marca. ¡Ya estaba en la puerta! Ya no tendría nada que hacer. Estaba todo perdido.

Pude percibir el contraste que dibujaba su figura deteniendo el amarillo resplandor de la luz del estar bajo el marco de aquella puerta. Mi puerta. Mi respiración se torno profunda en un esfuerzo de contener la náusea que el pánico empujaba desde dentro de mí. Apretaba los ojos sin disimulo, porque sabía que todo estaba echado ya. Repentinamente escuché balbucear una catarata de incoherencias, y el hedor de su voz impregnó la habitación. Busqué en la memoria el escondite de algún dulce recuerdo…pero no hallaba nada. Apretaba los dientes tan fuerte, que podía sentir una incómoda tensión en las mandíbulas. Escuche su andar y, un hilo helado recorrió mi frente, y sentí, sentí descender una traicionera lagrima que exponía mis pánicos en aquella mi cómplice oscuridad. Le tenía sobre mí. Ya no había escapatoria. Fantaseé en un instante infinitas opciones de escape, proyecté osadas maniobras, y le vi en el suelo ensangretado, lanzando maldiciones, retorcido de dolor, y me vi recostádole incontables patadas en el dorso, en la nuca, en la cara. Le miraba suplicando, implorando, y lanzando rojos salivazos que cubrían mi destendido refugio. Le maldije. Mi refugio.

Instantáneamente una macabra sonrisa se instaló en mi rostro. Dejé correr la sábana y se la mostré desafiante. Le tenía tan cerca que respiraba sus exhalaciones. Tan cerca, tan cerca. Sentí sus labios en la frente como quien se tomo un vaso de ron puro. Intenso. La náusea regresó a su simiente. Y lo impronunciable, se hizo entendible en un entreverado buenas noches.

Y me quedé dormido.

miércoles, 24 de octubre de 2007

resaca

















de amargo se tiñe la vida
embustero susurro del ego
la ira empaña el color
de la magia de aquella mañana
tristeza es la culpa del alma
que pesa cancina en mi andaza
¿y donde está la sonrisa?
borrada... marchita ... esa mañana

el precioso sonrie a distancia
perdona con gesto infinito
la ignorancia del hijo perdido
enredado en su propia maraña
¡palante con ojos abiertos!
pinta el color de tu día
luz radiante infinita y alegrecamina
camina y camina!